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De vuelta a la economía de la Gran Depresión de Krugman P6

De vuelta a la economía de la Gran Depresión de Krugman P6 EL JUEGO DE LA CONFIANZA

En diciembre de 1930, justo cuando comenzaba a ser obvio que no se trataba de una recesión normal, John Maynard Keynes intentó explicarle las causas de la caída al público en general: “Tenemos problemas con el alternador”, declaró
En una época en que los intelectuales del mundo estaban convencidos de que el capitalismo era un sistema fallido y que sólo pasándose a una economía planificada desde el centro Occidente podría salir de la Gran Depresión, Keynes estaba diciendo que el capitalismo no estaba condenado, que una clase de intervención muy limitada, una intervención que dejaría intactas la propiedad privada y la toma de decisiones privadas, era todo lo que se necesitaba para hacer que el sistema funcionara.
Pero lo que restauró la fe en los mercados libres no fue la recuperación de la depresión sino la seguridad de que la intervención macroeconómica (la reducción de los intereses o el aumento de los déficit presupuestales para combatir las recesiones) podría mantener más o menos estable, y con más o menos pleno empleo, a una economía de libre mercado. En efecto, el capitalismo y sus economistas hicieron un pacto con el público: en adelante no habrá problemas con los mercados libres pues sabemos lo suficiente para evitar las grandes depresiones. Este pacto fue llamado “la síntesis neoclásica” según Paul Samuelson, o “acuerdo keynesiano” como se conoce hoy.

¿Por qué estos hombres tan inteligentes defendieron unas políticas en los mercados emergentes que no hubiesen aplicado a sus mismos países? Temor a los especuladores, dentro del contexto del dilema del dinero internacional.

Existen tres “regímenes monetarios”, cada uno de los cuales tenía un serio defecto. Podrían optar por mantener una política monetaria independiente y dejar que la tasa de cambio fluctuara como quisiera. Esto los dejaba libres para combatir las recesiones, pero introdujo una incertidumbre inquietante en los negocios. Podrían fijar el valor de la tasa de cambio e intentar convencer a los mercados de que nunca devaluarían. Esto haría que el ámbito de los negocios fuera más simple y seguro, pero planteaba de nuevo el problema de una sola política monetaria para todos los tamaños. O podrían seguir manteniendo la meta ajustable, esto es, fijar la tasa de cambio pero conservar la opción de cambiarla. Sin embargo esto sólo funcionaría si se mantiene los controles al movimiento de capitales, los cuales son difíciles de hacer cumplir, significan mayores costos para los negocios y, como cualquier prohibición de transacciones potencialmente rentables, se pueden convertir en una fuente de corrupción.

Hay tres cosas que los administradores macroeconómicos quieren para sus economías. Quieren discreción en la política monetaria con el fin de poder enfrentarse a las recesiones y controlar la inflación. Quieren tasas de cambio estables para que los negocios no estén enfrentados a demasiada incertidumbre. Y quieren dejar en libertad a los negocios internacionales – en particular, que la gente pueda intercambiar divisas cuando quiera – con el fin de no entrometerse en el camino del sector privado.

Los países no pueden hacer realidad los tres deseos; si les va bien consiguen dos. Pueden renunciar a la estabilidad de la tasa de cambio. Esto significa adoptar una tasa de cambio flotante como Estados Unidos o Australia. Pueden renunciar a una política monetaria discrecional, lo que significa fijar la tasa de cambio, como ha hecho Argentina, e incluso renunciar a una moneda propia, como los países de Europa continental. O pueden renunciar al principio de los mercados completamente libres e imponer controles de capital. Esto fue lo que hicieron la mayoría de los países entre los años cuarenta y sesenta, y lo que hoy hacen China y Malasia.

¿Cuál de estas tres opciones imperfectas es la mejor? Estados Unidos tiene características especiales que le permiten vivir con una sola moneda, en particular, que los trabajadores pueden trasladarse rápidamente, de una región deprimida a una en auge, de manera que la misma política monetaria más o menos les sirve a todos. La introducción del euro en Europa es bastante controvertida, aunque las economías europeas más importantes son bastantes similares entre sí, y tienen vínculos muy estrechos, como Francia y Alemania. Los controles al capital que permitieron a los países avanzados combinar tasas de cambio fijas con políticas keynesianas durante la primera generación de la posguerra hoy están desprestigiados. El problema fundamental con estos controles es que la distinción entre transacción internacionales “buenas” y “malas” es difícil de hacer. Con lo cual sólo queda la opción de las tasas de cambio de libre fluctuación, la menor de los tres males.

EL ESTÀNDAR DOBLE

Australia pudo evitar caer en la catástrofe económica de sus vecinos al dejar caer su moneda, que finalmente se reguló a sí misma, pero ¿por qué no pudieron hacer lo mismo Indonesia y Corea del Sur?

Hay una especie de estándar doble que es reforzado por los mercados. Ciertamente las tasas de cambio flotantes sí funcionan en países del primer mundo como Canadá, Gran Bretaña y Estados Unidos, porque los mercados están dispuestos a darles a esos países el beneficio de la duda. Pero desde 1994, un país del Tercer Mundo tras otro, México, Tailandia, Indonesia y Corea y , más recientemente Brasil, ha descubierto que no puede esperar el mismo tratamiento. Una y otra vez, los intentos de llevar a cabo devaluaciones moderadas han llevado a un colapso dramático en la confianza.

EL JUEGO DE LA CONFIANZA

En el verano de 1998 Brasil ya estaba experimentando una desaceleración económica; el desempleo crecía, mientras que la inflación, la enfermedad tradicional de Brasil, le había cedido el paso a la estabilidad de precios, tanto que algunos estaban incluso hablando de deflación. Luego, el colapso de la reforma económica en Rusia desató un ataque sobre el real de Brasil ¿Por qué? Y Brasil acudió a Estados Unidos a pedir ayuda. La respuesta: mayores impuestos, reducción en el gasto del gobierno y una continuidad de las altísimas tasas de interés (50%) lo que llevó al país a una horrible recesión durante 1999.¿Por qué, sesenta años después de Keynes, era una buena idea romper con el acuerdo keynesiano? La respuesta está en el doble estándar y en la necesidad percibida de ganarse la confianza del mercado a cualquier costo.

¿Empeoró el FMI las cosas?
Cuando al FMI se le solicitó que entrara en Tailandia, Indonesia y Corea, rápidamente exigió que esos países practicaran austeridad fiscal, elevaran los impuestos y redujeran el gasto con el fin de evitar déficit presupuestales más grandes. Pero en Asia nadie consideraba al déficit presupuestario como un problema. En los países que se cumplieron provocó una recesión y en los que no, alimentó un pánico del mercado.

El FMI exigió una reforma “estructural”, cambios más allá de la política monetaria y fiscal , como exigir que Indonesia eliminara la práctica de concederles a los amigotes del presidente monopolios lucrativos parecían tener poco o nada que ver con el mandato del FMI.

En Asia se les dijo que elevaran las tasas de interés, inicialmente a niveles muy altos, en un intento de persuadir a los inversionistas de mantener su dinero donde estaba. Algunos críticos del FMI como Jeffrey Sachs de la Universidad de Harvard, dicen que esto fue una gran equivocación, los países asiáticos habrían podido actuar como Australia y deberían haberlo hecho, simplemente dejando que sus monedas cayeran hasta que comenzara a parecerles baratas a los inversionistas, y que si hubieran hecho eso, la gran recesión nunca habría ocurrido.

Sachs dice que si los gobiernos no hubieran elevado las tasas de interés, habrían evitado alimentar el pánico financiero

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